Muriel I. Wittganstein.

El cuerpo de Muriel es grande. Ella no es la típica chica menuda, si no tiene un cuerpo cuadrado, sin demasiadas formas femeninas: caderas perpendiculares con la cintura, poco pecho y un culo plano. Es una del montón, pero eso no deprime a Muriel. ¿Porqué todas las tías se obsesionan por una talla 32? Una 38 está bien. La piel, por lo menos, es lo que agradece: tiene una dermis fina, blanca y sin apenas lunares. ¡Suerte de eso! Odia los lunares. Le parecen manchas de roña.

Tiene los mofletes redondos que constrastan con unos ojos, una nariz y una boca pequeñas. Generalmente sus labios están pintados, al igual que sus ojos, por un color oscuro, algo que no remarca el color de sus iris, de un marrón aburrido. A ella le gustaría que fuesen azules.

Generalmente viste con vestidos de su abuela, a veces remendados pero siempre vaporosos. Aunque sea verano, lleva capas y capas de ropa semitransparente, dándole un aire cabaretero que nadie más se atreve a ponerse. El cabello suele estar recogido en un moño, pues es clásico que lleve peinetas o tiaras. Los lados del pelo se presentan rapados.

La familia de su madre, Madeleine, era una de las más ricas de la ciudad. Y lo sigue siendo, a excepción del pequeño círculo al que ellos pertenecen. El padre era un importante comerciante que colocó a dos de sus hermanos en el ayuntamiento, de manera que uno de ellos es el secretario del alcalde y el otro tiene un puesto importante. A veces le suelen regalar a Muriel algunas palabras, así que tampoco le irrita tanto que trabajen ahí como a su hermano.

La familia de su padre, Thomas, por otro lado, es modesta como la que más. Sus abuelos, ama de casa y marinero, ya muertos los dos, le transmitieron a su hijo el arte de amar y dominar el mar y a eso es a lo que se dedicó. Su padre, por lo tanto, es un marinero que trae un miserable sueldo a casa y que conoció a su madre durante una de las celebraciones después de la victoria de un tributo del distrito cuatro en los Juegos del Hambre, años atrás. Ella tan pija, conservadora y recatada y él tan desgarbado, pelirrojo y revolucionario...era lógico que surgiera el amor.

Sin saber cómo la pareja se entendió y con el sueldo del padre y el trabajo en el ayuntamiento de la madre gracias al enchufe de los hermanos, fueron tirando mientras eran pareja. Cuando tuvieron a Fester, tuvieron que empezar a pedir dinero a los hermanos de Madeleine algunos meses y, tras el nacimiento de Muriel acordaron una pensión que les pasarían, aunque los hijos tuvieron que pedir teselas cuando les llegó el momento. Se convirtieron en una familia austera, a lo que la madre todavía no se ha acostumbrado, y en los "leprosos" de la familia, los pobres, los que daban pena. Y mientras, sus tíos se mataban para ver quién era el pringado que tenía que pasarle la pensión a su hermana, pues la generosidad nunca les había caracterizado.

En el momento de las teselas Fester cambió su carácter. Empezó a suspender, a chillarse con sus padres y a discutir con Muriel, aunque ella trataba de hacer todo bien para que su hermano no se enfadase con ella. ¡Si se habían llevado de lujo!

Cuando llegó a la adolescencia, Fester cambió aún más. Su energía de gamberrete de la clase pasó a un espíritu inconformista e incapaz de resignarse. Como el Distrito Cuatro estaba lleno de ideólogos pro-Panem, el hermano de Muriel empezó a frecuentar distritos contiguos, donde conoció a un grupo de amigos. Los padres, asustados por el comportamiento de su hijo, prohibieron a Muriel que le siguiera su camino. Durante los primeros meses lo consiguieron: estudiaba, sacaba buenas notas y no se metía en líos. Pero Muriel siempre tuvo una fijación por su hermano, le gustaban las historias que éste contaba y veía muy atractivos a sus amigos, así que solo fue cuestión de tiempo que se uniera a ellos, aunque Fester rabiase.