Efrain Billingsley [100%]

Es difícil conocer al verdadero Eph e igualmente difícil es tratar de analizar su personalidad. Parece que se oculte tras una fachada de descontrol, desenfreno y desorden, que pocas asuntos le importen y que otros muchos no merezcan su atención. Ciertamente, tiene un espíritu rebelde, incontrolable. No le gustan las normas, ni los horarios, ni nada que coarte su autoimpuesta libertad. Se guía por lo que él quiere en el momento presente y todo lo demás le importa una mierda. Siente predilección por los excesos, por las alocadas fiestas y por el abuso de drogas.
Sumamente impulsivo e impaciente, no le gusta perder el tiempo con algo innecesario. La palabras decoro o timidez no existen en su vocabulario. Es un desvergonzado sin ninguna clase de complejo.

Es una bomba. Una bomba que siempre está esperando el momento idóneo para explotar y llevarse a todo el que pille por delante. Pura rabia materializada en una violencia incontrolable. Oscuridad. Está vacío por dentro, y repele los sentimientos como si se trataran de un cáncer que le fuera a corroer la piel. No le gusta sentir apego por nada ni nadie. Es muy selectivo en cuanto a sus amistades, no se permite sentir cariño. Para él, el amor se limita tan solo al plano físico, nada de involucración sentimental. Y disfruta como nadie en ese juego de la seducción, en el que es un completo experto. Pero a los pocos que considera sus amigos los defendería a muerte, aunque nunca lo admitiría abiertamente. Y, con aquellos a los que considera enemigos, prolifera en él su faceta más cruel e insensible, acompañada de implacables ataques. No deja indiferente a nadie, la gente o bien se decanta por odiarlo, o bien por fijarlo como un modelo a seguir, una persona admirable.
Increiblemente irascible e intratable cuando se encuentra de mal humor. Castiga a todo aquel que se encuentre a su lado con palabras crueles y que pueden llegar a ser hirientes. Pocas veces se arrepiente de lo que dice. La palabra perdón ha sido borrada de su vocabulario y pronunciarla le supone un esfuerzo demasiado grande como para que los resultados sean factibles. Haría falta derrumbar todas las barreras construidas a base de orgullo y su miedo a la vulnerabilidad. ¿Conciencia? Carece de ella.

Presuntuoso. Es un egolatra que siempre tratará de situarse en un plano superior a cualquiera con quien se le compare. No tiene razones especificas para defender su autoimpuesta superioridad, pero tiene la firma creencia de que todos los de su alrededor son simple calaña. Se revela contra la simple idea de ser considerado alguien vulgar.
Es manipulador y controlador, un verdadero maestro en el arte del engaño cuando quiere conseguir algo que le beneficie. Pero son pocas las veces que su lado hipócrita sale a la luz, en la mayoría de las ocasiones suele ser directo y franco, no se anda con rodeos y si se ve en la necesidad de decirte algo, lo hará.

No obstante, detrás del hombre superficial y orgulloso se encuentra un trasfondo mucho más profundo. Un simple sinsentido de vida, una inseguridad innata, un complejo de inferioridad apremiante y una soledad sofocante. Un simple cerebro lavado. Porque, si alguien consiguiese penetrar en su mente, descubrir sus secretos, sus deseos y sus miedos, se percataría de que es más humano de lo que parece y que, más que ser el ejecutor, es la victima. Una victima de las circunstancias.

Con tez suave y constitución delgada, Eph ofrece un aspecto singular, y a simple vista, débil. Pero su aparente debilidad esconde una gran fortaleza tanto física como mental. Su altura, no obstante, es considerable, y se encontrará en torno al metro ochenta y ocho. Tiene varios tatuajes repartidos por el cuerpo, concentrados, especialmente, en ambos brazos.

Su rostro presenta rasgos afilados y proporcionados, perfectamente armonizados. Sus ojos son de un color azul grisáceo, pálidos, vacíos de vida pero, al mismo tiempo, penetrantes. Tiene el pelo oscuro y corto, casi siempre se encuentra peinado de cualquier manera. Cejas delgadas y afiladas, nariz discreta y ligeramente redondeada, lábios finos, barbilla levemente redondeada y cuello garboso en combinación terminan de configurar el aspecto de Eph.

No sigue un criterio claro respecto al vestuario. Se viste según lo demanda la situación. Así pues, se le puede ver vestido con camisas anchas y pantalones vaqueros o con simples chandals. No utiliza colores vistosos; negros, blancos, distintos tonos de la gama de los grises son los colores que suelen predominar en sus prendas, menos frecuentes son otros colores apagados como el azul grisáceo, verde o azul marino. No suele llevar demasiados accesorios.

Antes de comenzar con la biografía pormenorizada de Eph, es necesario contextualizar. Establecer el ambiente y aproximarnos, así, poco a poco, a la esencia misma sobre la cual se desarrolla la vida de Eph.

Distrito 11. Pobreza absoluta. Casa mugrienta, de apenas tres habitaciones diferenciadas. Localizada en uno de los peores barrios del distrito. Por esa zona abunda la criminalidad, las malas intenciones y la desconfianza. Gritos, esa calle nunca duerme. Siempre hay alguien que encuentra motivos para chillar. Ruido de cristales rotos, palabras susurradas al oído y abuso de palabras malsonantes anunciadas con un tono de voz alto. Es común encontrar a alguna persona tirada en el rellano, desangrada o consumida por la falta de alimento. Como también es común aprender a girar la cabeza al encontrarse una situación así. Allí se crió Eph.

Hombre, a simple vista normal, se casa con una mujer sencilla que no puede aspirar a más que a encontrar un marido que la mantenga. Ella le ama, más que a nada. Está dispuesta a dar todo por él. Es de ese tipo de amor tan absorbente que es capaz de eclipsar todo el alrededor. Así vivía ella, feliz por poseer a un hombre sin precedentes. Apenas le daba importancia a las ocasiones en las que él desaparecía de casa para no volver hasta que pasasen varios días. Fingía no darse cuenta de que de vez en cuando él manifestaba un comportamiento violento. Y, cuando empezó a castigarla a base de golpes, le justificó arguyendo que era el deber de él. Ella, ciega de amor. Él, ebrio de poder. Esos fueron los padres de Eph.

La pareja recibe a su primer hijo: Efrain. Nuevo capítulo en su vida. El gran Billingsley se convierte en el padre de familia, sin embargo, a él no le importa. Ha descubierto algo: el secreto placer que siente al oír el último gemido agónico de una mujer indefensa. Adora la sensación de poder que siente al imponer su voluntad sobre su esposa. No le gusta trabajar y, consecuentemente, va llevando poco a poco a su casa hacia la ruina. Pero él disfruta. Su mujer no es tonta pero se lo hace. Sigue callando cada vez que él descubre una manera nueva de hacerla chillar, de provocarle un dolor tan intenso como para poder recordarlo durante días.
Eph crece y, al soplar las velas de su noveno cumpleaños, su madre le sorprendió con la noticia de que iba a tener un hermano. El pequeño Eph, desde aquel mismo momento, se jura a sí mismo ejercer de protector de su nuevo hermano menor. Él, con tan solo nueve años de edad, intentó suplir la ineficacia de sus padres para procurar una infancia feliz a cualquier niño. Esa fue la infancia de Eph.

Para Eph, su hermano lo fue todo. Se encargó de ahorrarle malas pasadas. Era él quien le tapaba los oídos cuando los gritos de su madre se hacían demasiado insoportables, y también era él quien procuraba mantenerlo alejado de su padre siempre que pudiese. Desde muy pequeño trató de hacer todo lo que estuviese en su mano para conseguir dinero o comida. Compaginaba sus estudios con el trabajo en el campo y, cuando la situación en casa se volvía alarmante, hacia uso de tretas menos legales para conseguir dinero. Se acostumbró a robar, empezando por simples piezas de fruta en el mercado y terminando por objetos menos sutiles. Sabía el riesgo que suponía, pero pronto aprendió a perderle el miedo.
Su padre empezó a sentir un odio irracional contra aquel hijo suyo que se atrevía a replicarle y que a menudo le desafía con miradas recriminatorias. Se daba cuenta de que a Eph ya no le infundía temor la figura paterna y que todo respeto hacia él había desaparecido. Algo intolerable. Entonces, empezó el abuso sexual. Eph fue violado por su padre en muy diversas ocasiones durante su infancia, maltratado y recibiendo un trato semejante al otorgado a un perro. Lo soportaba y callaba, mientras en su interior seguía alimentando con fervor su odio.

Un día como otro cualquiera, cuando contaba trece años, Eph se encontró el cadáver de su madre en el salón, sangrante. No necesitó explicaciones para comprender lo que había ocurrido. Lloró y lloró, hasta que se quedó sin fuerzas para continuar llorando. Y cuando la última lágrima calló, se juró a sí mismo que no habría más. Lo hizo por su hermano, quien después del incidente se había quedado sin habla, encerrado en un mutismo que duraría meses.
Eph creció. Se convirtió en un joven de comentarios punzantes y sarcásticos, que cuestionaba todo y que parecía no estar de acuerdo con nada. Frecuentó bandas callejeras, se mezcló entre los peores ambientes. Día sí y día también acababa entrometiéndose en alguna clase de pelea, parecía que las buscase y, en parte, así era. Era de sobra conocido su mal genio y su tendencia a la violencia. Muchos le temían. Otros, en cambio, sentían una clase de secreta admiración hacia él. Todo le importaba una mierda. Una sola excepción se salvaba a esa generalizada indiferencia, y esa era, con toda probabilidad, su hermano.