Raven Fiodr.

Hay que acostumbrarse al sufrimiento para cargar con él toda tu vida, y Raven conoce bien esa sensación. Es un tenazón que te presiona el pecho sin dejarte ni un solo instante de alivio, pero que poco a poco te va arrebatando la extrema sensibilidad que el cuerpo humano posee. No obstante, a pesar de ello, Raven conserva valentía y le echa cojones al mundo. Porque sabe que debe ser fuerte, que sus debilidades ha de enterrarlas y que no debe martirizarse por lo que ocurrió en el pasado y ya no puede cambiarse.

Conoce el lado oscuro del mundo: vive en él. Sumida en una salud irregular y raquítica, vive con miedo diario a que pase ese algo que, definitivamente, le arranque la vida. El vivir en un distrito como el suyo, donde todo es contaminación, no hace sino potenciar ese sentimiento de inseguridad para sí misma y para los demás. No por ello quiere decir que ella tire la toalla.
Todo lo contrario.

¿Y acaso tiene elección? No confía en sí misma, porque si no lo matan en los Juegos, su propia salud se hará cargo de tal fatídico destino. Por eso le da tanto miedo morir, por eso vive inquieta día sí y día también y por eso no es capaz de aguantar el más mínimo indicio de violencia: cree que siempre hay opción a una solución justa y pacífica, pese a que ese sentimiento sea infantil e ingenuo para una chica de diecisiete años que ha tenido ocasión de ver con todo lujo de detalles como un criminal mataba y desmembraba a sus padres.

Es por eso que Raven no tiene autoestima. Que no cree que sea capaz de conseguir algo. Lo único que puede hacer es limitarse a cuidarse tratando de evadir el hecho de que su hogar está tan contaminado como sus propios pulmones y de seguir adelante con su verdadera aspiración en la vida: la música. Su violín y la música.

No obstante, no deja que sus inseguridades salgan a la luz. Que los demás puedan entreverlas de alguna manera. Es una gran estratega si se pone en ello, y sabe cómo desviar la atención de los demás a otros objetos que pueden brillar mucho más que ella. Habiéndolo aprendido con el paso del tiempo, sabe de sobra que no debe confiar en las primeras apariencias y que, en palabras del propio Julio César, el enemigo se oculta donde menos te lo esperas. He ahí su mayor máxima: no confíes. No confieses. No digas absolutamente nada que pueda volverse en tu contra porque eso, a la larga, puede servir como el mayor arma contra ti.

Y en un mundo donde es el Capitolio quien promueve todo lo que ocurra en los distritos que mantiene subyugados, no le queda otra que callar y acatar las órdenes no obstante de sus sentimientos, aún a sabiendas de que en cualquier gran celebración de los Juegos del Hambre ella misma será el plato cuya sangre derramada festejarán los espectadores.

Raven está demasiado delgada y pálida. No destaca, y tampoco hace nada por cambiar ese hecho. Se limita a cuidarse tanto como lo necesite y deshecha todo lo que no sea natural, por lo que jamás se maquilla ni adorna con joyas que puedan realzar su belleza. Siempre lleva una maleta de cuero donde guarda las pastillas que ha de tomarse, pues si con algo debe tener extrema precaución, es con su estado físico.

No tiene una buena salud. A decir verdad, es pésima.

Si el Estado le da dinero a causa de su orfandad lo invierte en los medicamentos que necesita para paliar los efectos de la tuberculosis y el asma que sufre. Y, por si eso no fuese suficiente, daría lo que fuera por revertir la amnesia parcial que sufre desde que, con dos años, sufrió el accidente. Aún hoy en día hay períodos de su vida que no recuerda pero, viendo lo que ha vivido, ha llegado a la conclusión de que tal vez eso sea más una bendición que una maldición.

No entiende de estilo, se limita a vestir con lo que le de calor en invierno y la mantenga fresca en verano. Jerseys anchos, ropa holgada, jeans desgastados y vans raídas por el uso: su propio estilo es un espejismo de su vida somera, de su propio interior: vacío. Incluso hueco.

Su espesa media melena castaño oscura tapa, no obstante, su mayor defecto: una cicatriz malcurada por el tiempo que cruza su cráneo y es un recuerdo constante de los horrores que tuvo la desgracia de presenciar.

Pese a que Olaf conoció a Rose en un antro de mala muerte, un año y nueve meses después, Raven fue parida. La pareja se quería, y no necesitaban un compromiso de años para darse cuenta de ello.

El romance duró poco, a lo sumo tres años, porque fue entonces cuando, un lluvioso día de primavera, el homicida irrumpió en el hogar de los Fiodr y mató a puñaladas a los padres de la niña que, muda por el terror, se había encogido en una esquina del salón y miraba con pánico el color escarlata de la sangre que se esparcía por la moqueta del suelo.

Puede que, si el horror hubiese terminado ahí, Raven no fuese tan introvertida y hermética.
Lástima que no todas las niñas son princesas de cuentos de hadas y a ella le tocó sufrir pesadillas para adultos.

Ver como él desmembraba, miembro por miembro, los cuerpos agonizantes de sus padres terminó de marcarla. La dejó muda, casi catatónica; un instante más y habría sufrido un paro cardíaco ella misma al ver como los ojos sin vida de sus padres la seguían mirando, no obstante, con un dolor tan mayúsculo que hasta ella, en su inocencia, lo supo ver.

Entonces el homicida fue a por ella, y de tal golpe que recibió en la cabeza todo volvió a ser negro para ella.

Ella no pudo contestar pregunta alguna. La justicia pronto lo entendió. Servicios Sociales, también. Se limitaron a ponerse en contacto con el Registro Civil para saber cuál era el nombre de la desgraciada antes de darla en adopción a una familia del Distrito 05 que también ansiaban una hija. Lo que no quería era, obviamente, que su hija fuese una muda inútil y medio subnormal.

Quizá si hubiese permanecido más tiempo con los Johnson, ellos se lo habrían acabado espetando. Pero Raven ya sabía por sí sola lo que pensaban de ella, pero gracias a Dios su mente imperfecta se encargaba de borrar recuerdos dolorosos. Aunque no esos. Dijeron que fue por el contundente golpe que el criminal se encargó de provocarle. Quién sabe, el hecho es que a partir de entonces no sólo se le manifestaron brotes de asma, sino también episodios de amnesia que aún hoy en día sufre.

Por la contaminación o, simplemente su propia salud, con diez años apareció su tuberculosis. Los Johnson nunca pusieron pegas a pagarle medicamentos a su hija adoptiva, mas sus rostros mostraban el dolor de su corazón al tener que sacrificar sus escasos bienes en pos de curar algo que sería de por vida. No obstante, nunca dijeron nada.

Raven se lo agradece.

Parecía que Raven sólo encontraba reposo cuando tocaba el violín. No hablaba, pero sí mostraba sus sentimientos a partir de elaboradas partituras que día sí y día también iba perfeccionando. Con ocho años la apuntaron al Conservatorio y, al final, se vio que su verdadera finalidad en la vida era ser una música que crease notas que alejasen su sufrimiento. Raven era demasiado joven para saberlo, pero los Johnson sí lo supieron. Y, tal vez movidos por ese ínfimo cariño que sentían hacia ella, le regalaron un violín por su undécimo cumpleaños.

La joven fue feliz como nunca lo ha sido.

Al final, todo se rompe. Su primer ataque serio fue a los dos años, en su primera audición del Conservatorio. Su sueño se rompió mientras escupía sangre a causa de unos pulmones devastados, y su turno fue suplido con otros tantos niños que sí eran fuertes y resistentes y podían tocar sus instrumentos con fluidez, mientras a ella volvían a hospitalizarla y se debatía, internamente, sobre lo que realmente merecía la pena.

¿Podía alguien como ella, débil e inseguro, salir adelante? ¿Realmente merecía la pena debatirse contra el destino con lo fácil que era dejarse llevar?

De una visualización de los Juegos del Hambre, decidió que sí. Porque no podía permitirse sentirse tan desgraciada cuando otros morían para que otros se divirtieran. Las cosas no eran así.

Las cosas no son así.

Ahora ya ha cumplido diecisiete años, pero se ha emancipado con autorización expresa de los Johnson. Tampoco le costó sobremanera, quizá porque en el fondo ellos querían librarse de ella. El Estado la costea, pero no sabe cuánto durará esa beneficencia. Espera que lo suficiente como para que pueda encontrar un trabajo al cumplir los dieciocho… O hasta que el cuerpo se lo permita.