Arev Kenaan Kowalczyk

Es una persona cerrada en sí misma que tiene muy claros sus pensamientos, que nunca han sido influenciados por nada ni por nadie y han terminado siendo algo completamente alejado de la percepción habitual de los conceptos. Desprecia a toda la gente y siente un asco terrible por todo lo que se parezca a su madre. Incluso si alguien pronuncia el apodo con el que ésta solía llamarle, Kenny, el vello se le eriza y le parece estar oyendo su voz. Todo eso se traduce en un egoísmo sin igual y la falta total de remordimientos a la hora de herir a alguien, física o psíquicamente. Secretamente, además, siempre disfrutó viendo los Juegos y simpatizó con el Capitolio.
Muestra una actitud completamente pasiva frente a la vida. Pasa mucho tiempo pensando o directamente mirando un punto fijo con la mente en blanco. Rara vez actúa frente a las cosas y acepta todo como le venga. Además, habla claramente a la gente si es que termina aburriéndose de ellos.
No soporta que le hagan hablar sobre su vida, y mucho menos tener que hacerlo. Prefiere hablar sobre las grandes estrellas y su suerte o criticar desalmadamente a las mamarrachas con las que se cruza.

Rostro infantil, con rasgos redondeados pese a que el contorno de su cara se encuentra bien definido. Tiene unos ojos grandes y claros que parecen perseguir la forma de sus cejas, alargadas. Rubio oscuro, extremadamente delago. Metro ochenta de piel muy blanca y aspecto frágil.
Viste siempre con lo primero que encuentra, por lo que suele ser ropa holgada: en ocasiones rota, siempre extraña. No le importa mucho.
Suele llevar manchas de pintura o restos de arcilla en la piel -aunque es más habitual que lleve los dedos llenos de rotulador-, clara muestra de que ocupa su tiempo en el arte.
Es alérgico al sol.

Elka, la madre de Arev, ha quedado viuda en dos ocasiones por culpa de los Juegos. De su primer matrimonio nació el chico, que perdió a su padre Aniol un par de meses antes. Del segundo, con Nikolai Wasertreguer, nació Jedrek.
Desafortunadamente, la tan vertiginosa vida amorosa de Elka y su precipitado final dejó en ella la desgarradora huella de la demencia, el alcoholismo y la adicción a todo cuanto no es considerado ético o moralmente correcto. Elka dejó de ser una madre para Arev y Jedrek para ser solo una compañera de piso: una compañera gritona y que dejaba un hilillo de suciedad, desorden y caos deliberado a su paso.
En este contexto, Arev se vio pronto convertido en el hombre de la casa. Sin embargo, nunca le gustó el rol que le había quedado por desgracia familiar y se limitó a sacar adelante su propia vida y supervisar la de su hermano. La casa estaba hecha una mierda -hablando en plata-, pero él cocinaba para Jedrek y para sí mismo y llevaba la ropa sucia a casa de la vecina para que ésta -una señora mayor con un gran instinto maternal echándose a perder- se la devolviese limpia y, en ocasiones, planchada.
A medida que iba viendo entrar y salir nuevos amantes del dormitorio de su madre e iba perdiendo el contacto con ésta, hasta llegar al punto de intercambiar tal vez -a mucho estirar- un par de palabras por semana, empezó a sentir un odio irrefrenable hacia ella y sus costumbres. Le daba asco mirarla tumbada en el sofá, rodeada de suciedad y botellas rotas, con la camisa medio rota resbalando por su hombro y dejando asomar uno de sus pechos caídos. Empezó a regodearse en su desprecio, un desprecio por toda la humanidad en general, del que solo se libraba el pequeño Jedrek.
Por otro lado, incluso cuando era él quien cuidaba de las necesidades básicas de su hermano, nunca interactuó demasiado con él. No le preguntaba como le había ido el día ni intercambiaban demasiadas palabras. Solo se sentaban a comer en la misma mesa y cuando el crío terminaba, Arev lo contemplaba, apoyando la cabeza en sus manos, desplegar su imaginación con los pocos objetos anamórficos que tenían en la casa. Sabía que no lo estaba haciendo bien, que al crecer su hermano desarrollaría una personalidad introvertida y austera como la suya misma,... pero no podía hacer otra cosa. No sabía hacer otra cosa.

Por otro lado, Arev desarrolló desde muy pequeño alergia a los rayos del sol. Ésta no era muy fuerte, por lo que siempre pudo salir a pasear bajo éste con una protección adecuada. Sin embargo, la playa le estaba prácticamente prohibida lo que, habiendo vivido toda su vida en el distrito 04, le alejó de sus amistades y le encerró en una soledad permanente que le llevó a agarrarse más y más a su asco por la humanidad, convirtiéndolo en lo que es ahora.