Delilah V. Dawson

Dispara primero, pregunta después.

Si le preguntaran a cualquier anciana del distrito tres quién es Spykes, seguramente soltaría uno de esos bufidos tan típicos de señora indignada que hace calceta y respondería con un “¡ah, esa pícara sinvergüenza!”. Porque eso es lo que es Spykes, una joven que basa su vida en el camuflaje y en, básicamente, tocar un poco las narices.

A primera vista, lo único que podrías apreciar de ella es una joven de aspecto tan frágil que incluso cualquier ráfaga de viento débil podría hacerla caer. Sin embargo, es todo lo contrario a lo que se podría esperar. Tiene una lengua demasiado suelta respecto a todo lo que opina, siendo la sinceridad absoluta uno de sus defectos más importantes. No se corta en expresar lo que se le pasa por la mente, aunque sea totalmente innecesario. Sus ideales son firmes y le cuesta barbaridades cambiar su manera de ver las cosas cuando ya tiene un criterio formado sobre ello.

Otra cosa que destaca en ella es lo inconstante que puede llegar a ser. No es una de esas personas que se esfuerzan hasta su máximo, si no que mantiene un ritmo de subidas y bajadas desconcertante. Un día puede darlo todo, y al siguiente no mover un dedo. Esto afecta a sus notas de manera negativa, pues aunque podría llegar a considerarse una mente brillante, su inestabilidad la mantiene en un nivel más o menos mediocre. Cuando le interesa algo de verdad y se le mete entre ceja y ceja, puede llegar a ser un incordio, pues sólo vive y respira por ello. Sin embargo, se cansa rápido y lo suele dejar a medias, sin importarle lo más mínimo las consecuencias.

Aunque no lo parezca, Spykes es alguien al que le gusta meter el hocico en todas partes. Su curiosidad es algo notable para cualquiera, pues muchas veces se puede convertir en tu sombra si tienes algún desafío que pueda entretenerla durante algún tiempo. Siempre haciendo preguntas y observando de cerca, le gusta toquetear todo lo que encuentra a su paso e intentar repararlo, mejorarlo o simplemente descubrir qué es. Esas ansias de aprender que brillan en sus ojos parecen contradecir el hecho de que nunca consiga terminar nada, pero es simplemente que no logra mantener la atención durante demasiado tiempo. Y eso que cualquier cosa o cambio, por pequeño y estúpido que sea, la atrae de manera irremediable. Por lo tanto si un día parece que no te vas a librar de su presencia, no te extrañe que al siguiente te deje tirado en medio de una conversación y no vuelvas a saber de ella en algún tiempo.

Encariñada con la exploración, las aventuras y el peligro; muchas veces espera más de lo que al final acaba siendo. Sumergida en su mundo particular en el que cada día resulta fascinante y un nuevo reto, la realidad la decepciona de forma terrible. Al verse atrapada en un lugar donde toda su vida parece estar ya planeada, Spykes se esfuerza en huir de todo aquello y esconderse del resto del distrito; cosa que ha acabado por dársele magníficamente bien. Gracias a ello, suele poder pegar la oreja y enterarse de cualquier novedad u oscuro secreto. Como el de que la vecina ha matado al gato de su hijo —sin querer, por supuesto— y le ha comprado una tortuga diciéndole al crío que el animal ha cambiado de look porque le aburría el que tenía, por ejemplo. Y de vez en cuando, cosas más serias.

No muy a favor de mezclarse entre multitudes, prefiere hacer las cosas por sí misma y sin ayuda de nadie, pues la recompensa es mayor. Parece tener un tipo de energía inagotable, que le hace imposible el hecho de mantener la cabeza y el pulso fríos. Necesita actividad, movimiento y rapidez en todo lo que hace; y la impaciencia la consume cuando trata con algo o alguien que resulte lento o manso. Se podría describir como una persona hiperactiva, amante de la brevedad y la intensidad, haciendo de estas dos su único lema.

En resumen, Spykes es el tipo de chica que te podrías encontrar subida a la rama de un árbol al girarte porque algo te ha golpeado en la cabeza, y descubrirla sonriendo y saludándote de forma despreocupada con gesto inocente. Pero, eh, ¡ella no ha sido!

¿Te acuerdas de aquella muñeca de porcelana brillante que tus padres dejaron sobre la estantería de tu cuarto como regalo de cumpleaños cuando eras tan sólo una niña? Delilah podría ser perfectamente ese juguete que ha decidido abandonar su cómoda y segura forma ficticia para convertirse en un simple ser terrenal más.

Ojos de un color aún más claro que la espuma de mar y pestañas kilométricas, enmarcadas por unas cejas simétricas y esbeltas. Su rostro triangular, menudo y grácil, está constituido por unos labios gruesos y carnosos y una nariz respingona, a su vez adornada con un piercing en la parte izquierda. El cabello azabache, con un corte de media melena, cae sobre sus hombros con gracia. Suele ocultar sus rasgos vivaces y jóvenes bajo un denso flequillo. A menudo es víctima de confusiones con su edad, pues no aparenta sus diecisiete años reales.

Su piel nívea le da un aspecto frágil y prácticamente antinatural, en la que se puede apreciar con nitidez el azuláceo tono de las venas que recorren su cuerpo. Destacan sobre ella los esbozos de tinta, asombrosamente negra debido al contraste, que ocupan algunas partes de su figura —como podrían ser sus muslos, por ejemplo—. Alta como una espiga, lo que hace que sus curvas se pronuncien más de lo habitual. Además, para completar su débil apariencia, Delilah parece verse sumergida en una huelga de hambre constante debido a su delgadez extrema; que provoca la distinción a simple vista de sus marcados huesos.

Una imagen vale más que mil palabras... en este caso 248.

Nacida en la noche del último día de octubre, hace nada más y nada menos que diecisiete años atrás, Delilah fue la única hija confirmada del matrimonio entre Dante Dawson y Mitzi Spykes. Su madre, amante de las h’s al final de los nombres, fue la que le concedió este seudónimo, sin embargo ella prefiere utilizar Spykes.

Mitzi eran tan sólo una joven la cuál no hacía demasiado tiempo que había cumplido la mayoría de edad cuando quedó embarazada de ella, pero la recibió con los brazos abiertos. Habiendo conocido a Dante desde que eran unos críos que correteaban por el distrito tres sin ningún tipo de preocupación, pronto se vio comprometida y formando una familia. Tanto su madre como su padre se pusieron en busca de un trabajo más o menos fijo en las fábricas de tecnología avanzada para cuando dejaran de ser candidatos de la “cosecha”; como antes habían hecho sus abuelos, y los padres de sus abuelos, y los padres de los padres de sus abuelos…

Sin embargo, a tan sólo unas semanas de cumplirse el sueño de la pareja de tener un hogar propio, el nombre de Mitzi salió elegido para una edición de los Juegos del Hambre. Dante, viéndose impotente e inútil sentado cada día frente al televisor, siguiendo a cada minuto los pasos de su prometida, se dio cuenta de que ella le había estado ocultando algo: sufría de algún tipo de enfermedad, que la contaminación del distrito había empeorado notablemente y la convertía en un blanco fácil. No tardó mucho en caer, y el dieciocho cumpleaños de Dante Dawson nunca llegó a celebrarse debido a ello.

Pero aquel suceso no llegó a destrozar la familia por completo. Delilah creció junto a su padre sin ningún tipo de carencia emocional. Este, trabajando duro, podía mantener la economía familiar suficiente como para que ellos dos vivieran sin demasiados aprietos. La niña tuvo una educación envidiable, centrada en la informática, que la fue absorbiendo poco a poco por completo. Cumplidos los diez años ya era una muchacha fantasiosa y aventurera que no podía estarse quieta ni un segundo. Trasteaba con piezas de ordenadores y demás aparatos, ayudando en lo que podía siempre que aprendía algo. Apenas dormía, lo que aprovechaba para escaparse por las noches para esconderse y perderse por las afueras. Sí, en resumen, le traía más de un dolor de cabeza a su pobre padre, que lo único que pretendía era mantenerla a salvo.

Lo que sorprendía a sus allegados de la naturaleza de la joven es que parecía saludable como un roble, no obstante, había sido diagnosticada con una extraña enfermedad pulmonar que había heredado de su madre. Se veía obligada a tomarse cierto tipo de medicación siempre que su padre podía conseguirla, además de un inhalador que debía llevar encima y casi nunca utilizaba. A medida que fue creciendo comenzó a tomar precauciones, pues los síntomas parecieron mostrarse más a menudo. Pero por el momento, y aún bajo la insistencia de Dante de que se lo tome en serio; pues no quiere que le suceda lo mismo que a su madre, Delilah parece llevar una vida normal y sin repercusiones de ningún tipo.