Amethyst {Lilith} Burke {100%}

# D A T O S p e r s o n a l e s .
N O M B R E , , Amethyst
A P E L L I D O p a t e r n o , , Burke. O al menos eso le han dicho.
A P E L L I D O m a t e r n o , , No lo sabe. Tampoco le importa.
A P O D O S , , Amy, Lily, Burke.
17 · o3 · 1994 { . . . }17 Años , ,
Distrito 4 { . . . } No se sabe el lugar exacto, ya que la encontraron envuelta en una manta tirada en la calle recién nacida , ,
D I S T R I T O , , 4


# d e s c r i p c i ó n P S I C O L Ó G I C A .
Aquella brisa fría que roza tus brazos, las zonas de piel descubierta que se encuentra por su camino. La que tanto agradeces en el calor del verano, y la misma que tanto odias en el invierno. Esa, que por muy lenta que se mueva no puedes parar. Abrígate, métete en un recinto cerrado, pero no te vas a librar de la sensación helada que ya te ha calado los huesos. Un estremecimiento, una maldición, y un apretón a tu abrigo. Pero por mucho que lo intentes no se va.
Amethyst. Nuestra pequeña y delicada Amethyst. ¿Qué es de ella?
Es solitaria. No es que no le guste la compañía de la gente. Al contrario, la nacesita, la ansia. No obstante, después de vivir tantos años en soledad, abandonada como un perro más en la calle, está acostumbrada a sentirse así.
Pero se nota en esos ojos azules, en esa mirada tan llamativa que hace que te gires para retenerla en tu memoria unos instantes más, en ese brillo que la hace destacar, que es una muñeca rota, una muñeca de trapo rota y tirada que pide a gritos a alguien a quien aferrarse. Alguien a quien contarle que hoy se ha metido en otra pelea más, que hoy no tiene ganas de levantarse, que aunque no lo muestre al exterior, se siente perdida, y por mucho que busca no encuentra el camino de vuelta.
Alguien en quien preocuparse, con quien reír, con quien charlar, con quien discutir...
Y es que aunque lo guarde en lo más hondo de su ser, en esa cajita cerrada con llave y mil cadenas, necesita que la quieran. Sentir esa calidez llamada cariño, amor, mimo... tiene mil nombres diferentes y Amy no ha conocido ninguno de ellos en su vida.
Pero eso no lo admitiría ni aunque le pusieran una navaja bajo el cuello y le amenazaran con decapitarla. Porque sabe que esa necesidad le hace débil, un punto fácil para el cazador.
Le hace ser la presa. Y ella ha nacido para cazar, no ser cazada.
Es fría, inteligente, avispada. Ha vivido de, en y con lo peor. Y eso le ha dejado marca.
Nadie le ha dirigido más de dos miradas, nadie se ha apiadado de ella.
Quizás una persona, tal vez con algo de suerte dos. Aquella anciana que la recogió del callejón, sobre todo. Hasta que por algún motivo la señora cometió un fallo, y acabaron con su vida.
Por ello es perfeccionista, meticulosa, observadora, tranquila. Siempre espera al momento, el lugar y la situación más oportunos para mover ficha. Ya sea desde un saludo al vecino hasta el choque de su puño contra la nariz de alguien.
No se fía de nadie. Tampoco espera que confíen en ella, ni mucho menos.
Es un león encerrado en una jaula para pájaros. La sombra de la nube que precede a la tormenta.
La conoces, la has visto antes, o como mínimo, has escuchado a la gente hablar sobre ella.
Sabes de esa chica rubia que es puro frío. Como un cubito de hielo que se desliza por tu piel.
Te incomoda, te hace reaccionar, te congela. Esa es Amethyst. Esa es la mirada de la rubia.
Tiene esa tranquilidad, esa impasibilidad que te alarma, te hace pensar que algo anda mal.
Pero no sabes qué es exactamente. Simplemente... una mirada fija, una sonrisa esquinada.
Eso es lo que obtienes de Amethyst de buenas a primeras. ¿Acaso es dulce? Puede. Pero no por eso te sonríe. El gesto que se instala en su semblante no muestra felicidad, ni amabilidad, nada. No muestra nada. Es una sonrisa vacía, hueca, un cascarón.
Es el cascarón que la envuelve, el que nadie ha sido capaz de romper.
El que esconde a una Amethyst divertida, ingeniosa, sarcástica, cálida.
El que oculta a la Amethyst que ruega por salir para demostrar que ella también puede sentir, puede reír, puede gritar, puede llorar.
Pero sabe como controlar sus sentimientos. Si quiere que la veas feliz, la verás feliz. Si quiere que la veas enfadada, verás un resquicio de su verdadera furia. No te teme, no le importas, solo eres alguien más en esa masa de gente que se mueve al unísono.
Aunque por dentro estuviera destrozada, solo te dejaría ver, como mucho, enfado, molestia.
Nunca, jamás en su vida ha permitido que la vieran abatida. Mucho menos llorar.
Es una estatua de porcelana. Parece firme, bella, fuerte. Y al mismo tiempo, solo te hace falta fijarte unos instantes más en ella para saber que es frágil.
Y mucho. Sólo necesitas adentrarte en ella, conocerla, formar parte de su vida, estudiar la maquinaria de engranajes que son sus emociones, descubrir qué palanca es la que las hace funcionar, y et voilá, la tienes en tus manos.
Podrás hacerla sonreír, podrás hacerla enfadar, podrás destruirla.
Reducirla a cenizas. Pero para eso tienes que conseguir que rompa el muro que impide llegar a ella. Y amigo mío, eso se diría que es casi imposible. Casi.
A parte de esa permanente capa de nieve que la envuelve, es fuego. Fuego puro.
Una bomba que primero te advierte, luego te amenaza, y finalmente cuando explota te ha dejado calcinado.
Se frustra con facilidad. Se cabrea a una velocidad de vértigo. Orgullosa, con solo dos palabras 'Eh' y 'Tú', ya has activado su volcán.
Pero no te saltará encima y te atacará como una bestia. No. En una primera ocasión permanecerá callada, y te ignorará. A continuación te estudiará. Y cuando descubra tu punto débil, volverá hacia ti y te dará donde más te duele. Y con simples palabras.
Ni una patada, ni un bofetón, no. Palabras. El arma más letal que existe.
Y el arma que mejor intenta manejar, a parte de las que ya usa. Y el arma que mejor resultados le da.
¿Y lo peor? Lo peor es que todo lo que te diga es verdad. Nunca ha mentido, ni miente, y según ella, ni mentirá. Aunque todos sabemos que para sobrevivir hace falta conocer una regla muy importante: Miente, destruye, pisotea. Porque en el caso contrario, te espera la lata de sardinas que formará tu tumba.
Pero cuando se trata de hacer daño, de hundirte en la miseria, la mentira es la última de sus opciones. No. Meterá el dedo en la yaga, te retorcerá esa herida que no has podido curar a tiempo para que ella la descubra y la utilice en tu contra.
Porque amigos puede contarlos con una mano y le sobran casi todos los dedos, pero los enemigos son harina de otro costal.
Será hosca, retorcida, odiosa. Tendrás ganas de no haberte dirigido a ella en tu vida.
Mucho menos haberla mirado.
Os presento a la muñeca de trapo que esconde un volcán. Os presento a Amethyst.

G U S T O S , ,
Crispar a la gente. Es su pequeño juego personal. # Llevar una pequeña navaja escondida en la cintura. También tiene otras armas, pero las guarda en su casa. # El calor. # Bucear. Lo adora, tiene un aguante increíble bajo el agua. # Escalar árboles. Mirar las cosas desde arriba, tener un lugar en el que no la descubran. Sentirse un palmo más cerca del cielo. # Dormir mucho, si puede. # Pelear. Exacto, dar golpes, pegar patadas.. Increíble ¿No? Nadie imaginaría a una Amethyst violenta, pero le gusta sentir la adrenalina corriendo por sus venas.

O D I O S , ,
Sentirse sola. Es lo que más teme y le incomoda. # La gente prepotente, egocéntrica. # La estupidez. # Los días nublados. # El frío. # Las mentiras. # Los lugares cerrados. Es algo claustofóbica. # Las arañas y serpientes. # Las cosas demasiado saladas. #

# d e s c r i p c i ó n F Í S I C A.

Ojos color azul. De un azul tan intenso que te hace llegar a pensar si es falso. Si es una alucinación.
Rodeados por una muralla de espesas pestañas, que envuelven la ventana a Amethyst.
Nuestra muñequita es delgada, de apariencia delicada. De piel clarita, a juego con su pelo rubio platino, y una estatura media, llama la atención con facilidad. ¿Es albina? Qué va.
Es hermosa. Pero no de esa belleza que las mujeres usan para seducir, para manipular. No.
Su propia belleza reside en que ella misma no lo sabe, o no se fija en ello, y actua como tal.
Esa belleza suave y a la vez descarada. Ese nosequé que te impide retirar tu mirada de Amethyst.


# H I S T O R I A .
Un bebé tirado en plena calle. Con una simple manta que le envuelve, parece recién nacido. Quizás tenga tan solo un día. No hay ninguna nota a su lado, ningún broche, ropa, o algo que le identifique. Nada. Tampoco llora. Tiene el rostro carente de expresión.
Y así es como comienza la historia de nuestra pequeña Amethyst. Nunca conoció a sus padres, nunca les vió, nunca les habló, nunca tuvo referencias de ellos. Como mucho llegó a saber su apellido, pero por lo demás...
Bueno, todo se lo debe a Ianthé. La señora que la recogió esa noche de marzo tirada en plena calle.
La verdad, no es una persona que de las gracias fácilmente, pero a Ianthé se las daría si pudiera.
Cosa imposible ya que está muerta, pero vayamos por partes.
Durante los primeros años la señora la acogió en su casa como si fuera su propia hija. Y prácticamente lo era, Amethyst la tenía como su madre, le daba igual que no fueran de la misma sangre, esa mujer era la que le había cuidado y brindado el cariño que aparentemente su madre no quiso darle.
No obstante, a su edad, poco podía hacer. Así que cuando Amethyst comenzó a tener edad para encargarse de ciertas cosas, era ella la que traía la comida a casa, la que se encargaba de limpiarla.. no era mucho, pero esas pequeñas tareas comenzaban a dejar claro que Ianthé cada vez iba a peor, porque, en efecto, tenía una enfermedad, o una marca de viejas peleas, como diría ella. De jóven se pasó un poco, y una vez le provocaron una herida bastante grave, por lo que no pudo curar como debería, y se infectó, dejando a la pobre señora cada vez más indispuesta.
Un día, cuando Amy tenía ya 13 años, volvió a casa de recoger comida de la playa, y se encontró a Ianthé apoyada sobre la mesa en un ángulo que para la señora no era muy normal, dado que tenía problemas de espalda y rara vez se agachaba o inclinaba. No, la señora, si había algo que destacar de ella a parte de su carácter, era que siempre iba estirada, en parte por su reúma ya mencionado anteriormente, y en parte porque, cuando Amethyst le preguntó, le dijo: Querida, un día comprenderás que nunca te debes inclinar ante nadie. Porque eso equivale a permitir que te aplasten, pero con elegancia.
Así que dejó el marisco sobre la mesa, sin muchos miramientos, y se apresuró a ver qué le ocurría a su pobre 'abuela'. Muerta. Le buscó el pulso en el cuello, y nada. Probó con tomarle también el de las muñecas, y nada. Sin poder dar crédito a lo que veía, en un pobre intento quiso despertarla, pero era obvio que eso no iba a ocurrir. Por lo que, notando como se le iban las fuerzas, y a cambio le llegaba una sensación enfermiza de mareo, se sentó en el suelo, y derramó sus primeras y últimas lágrimas hasta ahora.
Momentos después decidió salir a fuera para pedir ayuda. Estaba claro que no iba a permitir que el cadáver de Ianthé se quedara allí. Se merecía un entierro justo.
Un chico se ofreció a ayudarle, al parecer conocía a su abuela y le dio pena la pérdida.
El tiempo pasó. A partir de ahí Amethyst cambió por completo, siempre teniendo en cuenta todas las lecciones de Ianthé, que se reducían a 'Aplasta, o serás aplastado, comenzó a cuidarse sola, a valerse por sí misma, a desconfiar de la gente, a ver a todos como un posible rival.Trabajaba, como todos los demás, iba al instituto, se peleaba... sobre todo se peleaba. No sabía por qué, siempre contenía una especie de rabia gélida en su interior, y a algunos chicos les parecía divertido comprobar cuánto duraba la paciencia de la rubia, hasta que Amethyst se acostumbró a las peleas y comenzó a empatarles. Entrenaba, para hacerse más fuerte, para no ser una presa fácil, un blanco perfecto. Cazar o ser cazado. Ya que algún día podía acabar como todos los tributos de su distrito que morían año tras año. Día tras día, regresaba a su casa, la que en tiempos anteriores pertenecía a su abuela, y ahora... ahora parecía ser de su propiedad, aunque en el fondo se sintiera extraña sin la presencia de la mujer. Si hubiera podido se habría largado. Pero como no podía permitírselo, le tocó aguantar.
Y ésta, señoras y señores, es la historia de nuestra muñequita particular.


# T R A B A J O .
Es estudiante de último año. También pesca, recolecta marisco, y muy de vez en cuando intenta cazar algo.
Si no se saca ella las castañas, nadie lo va a hacer. Y las peleas, no olvidemos las peleas. Si ves algún barullo por el distrito cuatro, y una cabellera rubia, ya sabes de quién se trata.